Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. (Juan Domingo Perón, “La comunidad organizada”)
El progreso social es inexorable, sostenía Perón, y de paso se permitía respaldar una disciplina fundada en la cultura. Lógico, si se entiende que la cultura es el más formidable de los factores de inclusión y construcción de ciudadanía. Esas son las banderas que Mauricio Macri levanta, de acuerdo con las sorprendentes declaraciones que se le conocieron esta semana. De inmediato Jorge Capitanich lo cruzó con lecciones de su propio manual, pero esa es otra historia. ¿Quién iba a decirlo? ¿Macri un peronista de corazón? ¿Y por qué no? ¿Acaso no chicaneaba el General con eso de que peronistas somos todos? ¿Y por casa cómo andamos?
Francis Fukuyama decretó el fin de las ideologías y en el subtrópico se tomaron la declaración al pie de la letra. Casi como un mandato religioso que ungió al transfuguismo como un sacramento de la política contemporánea. ¿Por qué no puede reivindicar Macri el abc peronista si José Alperovich y su gabinete, que de peronistas sólo tienen el carnet, vienen haciéndolo desde hace más de una década?
Hubo un tiempo en el que se sabía qué pensaba un aspirante al manejo de la cosa pública. Nada que ver con la partidocracia. Un candidato, un funcionario, un militante, se encolumnaba detrás de un ideario lo suficientemente claro como para que el ciudadano de a pie le otorgara o le quitara su apoyo. La transformación resultó tan formidable que llegó a subsumirse en un concepto: “lo que la gente necesita”. La política pasó a construirse con el gentómetro en la mano. El pragmatismo de las encuestas es el escenario que en un puñado de semanas aguarda en el cuarto oscuro.
Manzur, Cano, Amaya, López, Bussi, Avellaneda y siguen las firmas (colóquelos usted en el orden que prefiera) están cortados por la misma tijera de la desideologización. No vaya a ser cosa de que revelar una lectura, una tendencia, un pensamiento, les reste puntos. ¿Por qué culparlos? A fin de cuentas, Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri son aderezos de la misma ensalada.
No hay fanatismo más extremo que el de los conversos. A las cartas de Saulo de Tarso se remiten las pruebas. Será el caso de Beatriz Rojkés, a la sazón presidenta del PJ.¿Se habrá convencido leyendo el “Manual de Conducción Política”? Suelen decir que todo se remite a la vocación de poder, lo que explica los giros de Alperovich desde la izquierda al radicalismo y de allí al filokirchnerismo. O de Sisto Terán, tan liberal y ucedeísta como Amado Boudou antes de aterrizar en los brazos de Ramón Ortega.
¿Cuál es la conexión ideológica de José Cano con Gerónimo Vargas Aignasse? ¿Existe? ¿A alguien le importa? Del intendente Amaya se conoce su profunda fe cristiana, toda una definición en materia de pensamiento. ¿Y qué más hay por allí?
“La comunidad organizada” fue una conferencia dictada por Perón en el cierre del Congreso Nacional de Filosofía organizado en 1949. Tiempos en los que nadie se animaba a pisar la arena sin los cimientos que confiere una formación cultural. De lo contrario, los leones se lo comían de un bocado. Además de pintar paredes, en unidades básicas, comités y ateneos se leía y se debatía. Según Fukuyama y sus entusiastas seguidores noventistas eso es la paleopolítica.
La peronización de Macri, como la de Alperovich, huele lejana a las generosas raíces movimientistas que se adjudica el peronismo. Entre la viscosidad del instalado “ellos y nosotros”, entre esa brecha que muchos suponen nueva pero existió toda la vida, caben acrobacias de esta naturaleza. No dejan de ser malas copias del inigualable Groucho Marx cuando afirmaba aquello de “estas son mis convicciones; si no le gustan tengo otras”.